Ser o hacer II
Ser o hacer II

Ser o hacer II

“¿El que no vive para servir no sirve para vivir?” –dicho popular-

Los seres humanos somos tan tradicionalistas, costumbristas y rápidos para adaptarnos a formas generalizadas sin mirar primero su veracidad; que hasta los que se dicen innovadores y rebeldes a lo establecido terminan estableciendo su propia costumbre de tanto implementar su rebeldía.

Repetimos mitos adquiridos sin preguntarnos por qué… Y el dicho de arriba fue una de ellos, lo repetí hasta que alguien tuvo la bondad de “ubicarme”, y que tan cierto y descansado fue encontrarme con que todos servimos para vivir, aunque no vivamos para servir.

Ser o hacer, he ahí el dilema dijo el sabio. Millones mueren fatigados de hacer, millones buscando ser (o dejar de ser). Sin embargo hoy quiero decirte que ambas cosas están tan estrechamente ligadas que ninguna de ellas llegará airosa a la meta sin la otra.  Déjame explicarte porqué.

Empecemos por decir que el dicho es falso, es un mito; y con esto quiero dar un fuerte llamado de atención a las miles de personas que piensan que sortearán el ser con el  hacer. La mayoría de las cuestiones que a diario llegan a mi consulta tienen que ver con cosas como estas: “yo hago tales y tantas obras, pero no me siento lleno, ni reconocido, mi relación con Dios se ha resentido de tanto hacer, la verdad es que de tanto hacer no tengo tiempo para nada y siempre me siento mal” etc., etc…

Cuando comencé a cuestionar la veracidad del dicho miraba un niño… no hacen nada productivo ni servicial, casi todos hasta cierta edad son egoístas y tremendamente demandantes, ellos de acuerdo al dicho no sirven para vivir… sin embargo, ellos saben ser hijos, son, por eso luego pueden hacer. También miraba a los pobres, a los refugiados que viven entre las interminables persecuciones y guerras, ellos no producen nada, todo les fue vedado, ¿no sirven ellos para vivir? ¿están acaso menos vivos que los grandes productores y “servidores” del mundo? ¿Dios también los considera menos o son sólo las personas los que los denigran a una categoría que prefieren no ver?. Te pido que mires a tu alrededor con los ojos del alma y que te sean abiertos los del espíritu: pocos por ejemplo consideran a los ancianos porque ya no pueden producir, pocos se acercan al mendigo, ni que hablar al que tiene sida. ¿Acaso ellos son un accidente de la Creación y no sirven para vivir? Ellos, todos ellos, tienen la misma bendita esperanza, todos ellos pueden ser acreedores a la misma Gracia si la solicitan. Ellos pueden ser más ricos que todos los que los ignoran porque los verdaderos tesoros se acumulan en lugares invisibles y eternos.

Este mundo cruel y consumista ha dictaminado que vive quien hace (los otros, que no hacen están en una categoría tal vez menor que los muertos, son ignorados, prácticamente no existen para las sociedades salvo que se trate de recalcar su existencia para hacer en ellos “obras” de bien y acallar conciencias). Quien más sirve, consume y produce, es más.  Pero hay una vieja regla en las artes: más no siempre es mejor. Es entendible… el mundo necesita producir, y necesita productores (o hacedores), por tanto nos califica en tal categoría: Hacemos mucho, servimos; no hacemos, no servimos. Lamentablemente a veces hasta familias, organizaciones y demás siguen calificándonos por el mismo criterio. Las iglesias son un gran motor de este mito, ya que necesitan muchísimo hacer y producir de sus miembros para poder crecer. Y en sí esto no es malo, todos podemos contribuir a un sano crecimiento de congregaciones y grupos que ayuden a otros. El problema se presenta cuando el mito es usado como argumento de presión que nos califica o descalifica.

Otro punto a considerar es que muchísimas personas producen mucho para tapar sus frustraciones y para escaparse de sí mismos. En vez de confrontarse y tomar el tiempo de cambiar y construir relaciones sólidas tanto con Dios como con los semejantes pasando por uno mismo; se enredan en interminables quehaceres, afanados y cargados, pensando que sus obras los librarán y un poco de fama humana acallará las demandas de su ser interior.

Para el Creador el asunto viene radicalmente por otro lado, que tiene mucho que ver con la famosa palabra “identidad”: Él nos hizo  para ser  básicamente hijos, y  como nunca lograremos dejar de serlo porque el Creador es Uno, por tanto nuestro “ser” en la medida que lo aceptemos como tal está asegurado.

La dicotomía entre el ser y el hacer se soluciona así: para aquellos que  básicamente saben quiénes “son”, el  “hacer“ es el simple fruto de lo que reconocen ser. Si eres hijo de la luz es obvio que tus acciones serán luminosas, y tu hacer será claro  y en aumento como la luz del mediodía. Pero quien no tiene en claro quién es, sus obras (por más empeñosas que sean) reflejarán confusión y oscuridad.  Nuestra vida debería ser una vida de servicio porque estamos comprometidos con Quien dio todo por nosotros, ser cristiano quiere decir ser un Cristo chiquito, ser a Su Imagen, y nunca dejar de hacer el bien. Se unen así el ser y el hacer diario en la identidad y propósito originales.

 El problema es que confundimos servir con ir a un lugar determinado a hacerlo, o determinamos por nuestra cuenta que servir es trabajar en un grupo evangelístico, o de misericordia, o en una ONG, o en las calles o hospitales. Tal vez eso sea servir, pero una vida de servicio es otra cosa, es tener una diaria actitud hacia los semejantes de bondad y ayuda, es entender que así como cada día Dios renueva Su misericordia nosotros deberíamos hacer lo mismo.

Millones de creyentes (y no solo cristianos) se encuentran inmersos en esta dicotomía y no encuentran salida, se desgastan emocional y físicamente “sirviendo”, descuidan (y pierden) sus familias y no cultivan su vida y metas personales por asumir costumbres heredadas o impuestas. Dios hizo las cosas en un orden perfecto, nosotros debemos lograr que nuestro hacer respete nuestro ser, y los órdenes ya establecidos por nuestro Creador. Una vida y actitud de servicio empezará primero por Dios, continuando por familia, trabajo y descanso para terminar en poder hacer actividades externas si es que nuestros horarios y tiempo extra lo permiten. No a la inversa. El mejor servicio se brinda desde una identidad sólida y asumida en Cristo, y desde nuestra casa cuidada y servida con esmero (tanto sea nuestra casa primera, el cuerpo, como nuestro hogar y núcleo familiar). De poco les sirve a muchos líderes cristianos su excesivo afán de hacer mientras pierden sus relaciones y sus familias sufren, del mismo modo de nada le aprovecha al poderoso empresario sus millones si perdiera su alma, su familia y sus hijos (que son como el termómetro del equilibrio de los padres).

Como dije al comienzo la vida entera es equilibrio, construir el ser sin que eso se traduzca en buenas obras va contra las reglas de Dios, y lo contrario también. El mandamiento mayor es claro, Dios primero y amarnos a nosotros lo necesario para poder extendernos a otros. Es claro ver en ello como nuestra identidad, relación con Dios, cuidado personal y buenas obras se integran fácilmente.

No vivimos para servir, vivimos para ser hijos de Dios reconocidos por el mediante el espíritu de adopción. Pero si ya hemos sido, eso necesariamente deberá reflejarse en actitudes de hacer obras que provengan de lo que primero hemos reconocido ser.

“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” Efesios 2:10

Texto: Edith Gero

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