En los tiempos de quebranto hay cosas que no funcionan bién: las personas no saben llorar, ni saben para qué sirven las lágrimas. Frases de sentencia como «los hombres no lloran» , «dejá de llorar y basta» suelen reprimir algo tan simple y natural como agua corriendo, lavando, limpiando.
Recuerdo una tarde cuando era pequeña, había llovido intensamente en las sierras grandes cercanas a mi pueblo. Mi padre me llevó a ver la creciente del río, principal afluente del lago que bordeaba la villa. Fue hasta un puente desierto y ahí a la mitad, esperamos. Me sentía segura tomada de su mano, pero no preparada para lo que ví y que quedó grabado en la retina de mi alma hasta hoy. Una pared de agua vino hacia nosotros. Era como el doble del río, tapaba todas sus orillas.
Las crecientes, el llanto del río, se llevan todos los excedentes. Y su tumultuosa y turbia salida, limpia incongruentemente aún las costas, las algas, los troncos viejos. El agua purifica. Cuando el río corre como es su costumbre, canta en el murmullo especial de su idioma. Pero a veces llora, y su llanto parece desgarrar la tierra en el bramido de sus aguas revueltas, pero en realidad, la sana.
Cuando el calor es excesivo los organismos vivos producen gotas que compensan la temperatura. La piel llora.
Una tarde de invierno perdí a mi bebé. Y creí que nada más podría dolerme tanto. Por tanto, vivir ya no tenía color ni sentido. Cuando volví lentamente a mi casa, mi esposo me ordenó «no llores». Y pasé a ser una inválida emocional. Al no poder expresarme, el abuso y el dolor, me superaron. Entonces Dios, que es increiblemente amoroso, me enseñó a llorar con mi alma, y de alguna manera eso descargó lo suficiente mi corazón hasta el bendito día en que pude llorar libremente. Creo que pasé un año llorando, cada noche a solas por horas, simplemente el agua no tenía fin, parecía regenerarse sola, y yo amanecía agotada, pero cada día un poco mas liviana. Hasta que una mañana pude levantarme y correr las cortinas del alma. El sol, seguía allí.
El llanto, sana.
Estoy convencida que el cielo lloró cuando Jesús murió. El Padre había esondido Su Rostro para no ver a Su Hijo , Emanuel, Dios con nosotros, morir. Y el cielo se oscureció . Mateo 27.45. El cielo lloraba.
La próxima vez que te toque llorar, hazlo en paz, sabiendo que el Señor creó las lágrimas, para tu desahogo, o para que sonrías agradecido hasta ellas. Solo administralas, y valora cada cosa que Dios ha creado desde Su maravillosa Gracia, solo porque te ama sin medida.Y recuerda que estamos aprendiendo a ver, la belleza escondida que todo contiene. Con el fín de desarrollar una vida de agradecimiento.
«Bienaventurado el hombre que tiene en tí sus fuerzas, en cuyo corazón están tus caminos.
Atravesando el valle de lágrimas lo cambian en fuente. Cuando la lluvia llene los estanques,
irán de poder en poder, verán a Dios, en Sión». Salmos 84:5-7
Texto: Edith Gero.
Imagen:Raindrops © Michael Jastremski.jpg / Vía www.openphoto.net.