Ser o hacer
Ser o hacer

Ser o hacer

Desde siglos inmemoriales el hombre ha buscado definirse por su hacer. Tal vez por cargar ese peso cultural y aprehendido que le inculcó el “si haces eres, si produces eres, sino eres ni produces ni existes”. El crecimiento humano está ligado de manera generalizada a la capacidad de producción y del consumo proveniente. Toda escalera de ascenso personal está asociada a los frutos del hacer, la valía personal también. Un millonario se asocia de inmediato con poder y estima personal, un pobre sólo para la excepción que confirma la regla anterior. Quien más hace, tiene y logra; más es. Tal pareciera que una persona tiene mayor valor en su etapa productiva que en la improductiva (sino me cree intente que lo convoquen a una entrevista laboral luego de los 45). La mayoría de los conflictos de pareja y de relaciones parentales están circunscritos a quien hace o aporta o consume más o menos.
Como consecuencia apenas el hombre es consciente empieza a hacer y hacer: gatear, sonreír, caminar, cocinar, trabajar, estudiar, tener éxito, casarse, seguir trabajando, hacer deporte… Y hace y hace…. Más pueda hacer más estima tendrá de sí él y los demás. Pobre valor queda entonces para la enorme mayoría cuyo camino se nutre de fracasos, quiebres, “penalidades y sueños fallidos” -como diría el poeta-. Para ser honestos la mayoría del hacer de las personas es tan imperfecto y de dudoso fin como nuestra humanidad descendiente del episodio de “La Caída”. Somos imperfectos y nuestro hacer es totalmente imperfecto. Y aunque el mundo entero predique que si no producimos no valemos, sigue siendo el gran engaño al que hoy necesitamos despertar y confrontar.
Dios nos considera por lo que somos. Y somos sus hijos. Y no me refiero al sentido bíblico de ser hijos de Dios por reconocerlo, sino al hecho de que todos somos hechura de Él, hijos de un mismo Padre. Somos los hijos asumidos que a diario nos refugiamos en su abrazo o los pródigos que vagan sin rumbo comiendo un pan de tristeza y miseria a los que Dios sigue añorando y esperando. Somos los hijos que obedecemos sus reglas y lo ponemos en primer lugar o los rebeldes por los que Él llora. Somos los que buscamos conocerlo o los que Él conoce y extraña. De cualquiera de estas maneras, para Él somos.
Sí, nuestras obras (nuestro hacer, nuestra capacidad de producir) serán juzgadas un día, pero desde lo que somos. Y primero que nada para el orden de la Creación somos hechura de Dios y lo reconozcamos o no, seguimos siendo suyos. Es una gran ironía esta ceguera mundialmente extendida de no asumir quienes somos para vivir conforme a tal certeza. Es desde el asumir nuestra identidad que cambiarán tanto nuestras obras como la forma en que nos percibimos.
El hacer es engañoso porque depende de los avatares humanos, cuando se fracasa también cae la estima personal al estar ligadas identidad y obras. Pero para quien se conoce el fracaso de su hacer sólo será un paso más, una caída más que templa el espíritu; no conmoverá su identidad porque ella está guardada en Cristo y Él es inconmovible.
En la parte II de este artículo estaremos examinando cómo el hacer depende del ser y es influido por este.

Texto: Edith Gero

Imagen: A year of review by Fred Miranda/vía www.bancodeimagenesgratis.com

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